Graciela intentó abstraerse del lugar sin lograrlo, a pesar de estar acostumbrada al olor y color del ambiente hospitalario, después de tantos años de ejercer la profesión de enfermera, de sentir el agobio del dolor ajeno, del cansancio propio y permanente sobre su cuerpo, su alma. Desconocedora de tiempos y de horarios, su vida era una guardia inquebrantable, un dar constante, sin esperar recibo alguno, un devenir entre la vida y la muerte, luchando pequeñas batallas ante lo irremediable, eterno ciclo hacia el final.
Se acomodó el pelo tratando de ordenar ese bucle rebelde como toda su cabeza, inquieta y alegre no soportaba la espera en ese neuropsiquiátrico al que había sido convocada para una entrevista de trabajo...De más trabajo.
Graciela movía su pierna despegando el talón del pie de las baldosas blancas y negras, lo hacía rítmicamente al son de una música inexistente que solo era interpretada en su cabeza, su delgado cuerpo se agitaba incansable, sentado en el borde de la silla de metal que orientaba su vista al enorme ventanal de la sala. Un paño de liencillo blanco protegía el vidrio de la fuerte luz matutina, atenuando la iluminación ambiente, dejando pasar los rayos de sol en forma torrencial sobre una mesa contigua, Graciela observó por un instante la escena y su pie inquieto dejo de moverse... No estaba sola.
Un hombre sentado movía sus dedos sobre una planilla, Graciela conocedora de la actitud comprendió que el hombre era ciego y estaba leyendo Braille, decodificando con las yemas de sus dedos ese extraño idioma para no videntes.
El golpe en el ventanal la sorprendió, un repiqueteo seco y constante, su vista se concentró en esa fuente de sonido emitida del enorme orificio de luz, una sombra se agitaba desesperadamente atrapada entre el paño blanco y el vidrio pujando alocada por desprenderse de la trampa, un pájaro había sido atrapado, desorientado por el afuera y el adentro, el interior y el exterior, lo cóncavo y lo convexo, La luz y la sombra, lo real y lo virtual, la libertad y la prisión.
El hombre ciego seguía deslizándose sobre los relieves con los ojos de sus manos, atrapado como el pájaro en su circunstancia, sin percibir siquiera la lucha a su alrededor.
La enfermera curadora de almas y de cuerpos comprendió en esa disputa, el sentido de su profesión, de su propia lucha, atrapados todos en un mismo mundo. El pájaro de su trampa, el ciego de su limitación, ella de su vocación. Todos comulgando en un mismo instante, en ese segundo de eternidad.
Los caminos del tiempo se cruzan solo para hacernos comprender nuestras propias condiciones en el camino de la vida y de la muerte. Todos somos hojas en la tormenta, todos somos artífice de nuestro destino. Todos somos parte de un mismo todo, pero no todos lo entienden así...
Fernando Omar Vecchiarelli
1 comentario:
Excelente historia del esfuerzo y la vocación ,buen cuento
Busqué y leí otros cuentos del autor,muy interesante escritor
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