Para la Asamblea de intelectuales, docentes y artistas en apoyo al Frente de Izquierda y de los Trabajadores.
1. Cuando ocurrió el conflicto con “el campo”, en
el 2008, una de las consecuencias “íntimas” o “cotidianas” que más
lugar ocupó en los comentarios registraba la división (ideológica,
política, y aún “actitudinal”) en el interior de las familias, los
grupos de amigos, los compañeros de trabajo, los colegas de la facultad,
los vecinos, incluso las parejas. Los que hasta entonces estaban
afectivamente cercanos se alejaban, y aún se enemistaban. En las
reuniones familiares o los cumpleaños se evitaba prudentemente el tema,
hasta que alguien no aguantaba más; entonces bastaba el más tímido o
alusivo de los enunciados, para que estallara la bronca contenida de uno
u otro lado, y ahí “se pudría todo”. Se comparaba ese estallido de las
redes que hasta allí parecían indiscutibles con lo que había sucedido
durante el primer peronismo, o incluso durante la guerra civil
española: una manifiesta exageración, sin duda. Pero exagerada o no,
era una interesante micro-sociología a lo Erving Goffman, o
algo así. ¿Pasará lo mismo ahora? ¿Soportarán nuestros amigos, colegas,
vecinos, etcétera, que les digamos que lo que veníamos percibiendo
como “giros a la derecha” aparecen condensados en este verdadero volantazo
que ya deja cerca de cero resquicio a la duda? ¿Valdrá la pena, aún
así, la discusión? Miguel Briante (alguien a quien siempre recuerdo con
enorme cariño) solía decir –creo que citando a Chesterton- que “por un
buen chiste, vale la pena perder un amigo”. Pero, claro, esto no es un
chiste, ni bueno ni malo. Y, pensándolo bien, tampoco es en nada
comparable a lo del 2008. Porque aquello –que algunos pensábamos que era
una “interna” de la burguesía- de todas maneras parecía ser en contra de lo que se ha dado en llamar (no por primera vez en la historia) el gobierno nacional y popular. Esto no. Esto viene del gobierno nacional y popular.
2. El
gobierno nacional y popular tiene ahora, para empezar, y entre muchos
otros, un problema “semántico”: ¿puede ser “nacional” un gobierno que
resigna su soberanía nada menos que para dictar leyes, sometiéndose a
las presiones de un organismo económico internacional como el GAFI,
comandado a control remoto por el Imperio? ¿puede ser “popular” un
gobierno que propone leyes “antiterroristas” que, en manos de jueces
conservadores o simplemente desaprensivos, podría castigar con severas
penas de cárcel a unos obreros que ocupen una fábrica, unos campesinos
que protesten por la contaminación de la minería a cielo abierto, unos
maestros que instalen “carpas blancas” demandando aumento de salarios?
¿se puede seguir diciendo que un gobierno que hace eso no “criminaliza”
o no “judicializa” la protesta social? La réplica de que la ley
introduce una cláusula explícitamente aclaratoria de que ella no está
hecha para eso no resiste el menor análisis, y además insulta nuestra inteligencia: si hay que aclarar eso ¿para qué se incluyó la duda
en primer lugar? Si la ley está hecha únicamente para los delitos
económicos de las grandes empresas concentradas, o lo que fuere, ¿por
qué no se dijo eso clara, directa e inequívocamente desde el principio?
La respuesta no puede ser más que una: unas cosas hacen pasar
las otras. A los representantes “populares” que la han votado –y cuya
obsecuencia ha sido realmente vergonzosa, precisamente porque son
representantes “populares”- se les sirvió en bandeja una coartada
, bajo el argumento de que la ley contiene también cláusulas
presuntamente “progresistas”. Para colmo, se la hace pasar en voz baja,
poco menos que “traspapelada” entre otras leyes dizque asimismo
“progresistas” (el estatuto del peón rural, papel prensa). Mientras
tanto, por supuesto, en las cláusulas “puramente” económicas se siguen
evitando cuidadosamente medidas realmente progresivas –que no
es lo mismo que “progresistas”-, como sería una serie de profundas
reformas financieras, fiscales e impositivas (¡no digamos, Dios mío, una
reforma agraria, ya que de “ruralidades” hablamos!) que podrían
hacerse perfectamente sin “patear” ningún tablero ni flamear banderas
rojas, o siquiera rosaditas desteñidas; ¿cómo se explica que –en una
situación de infinita mayor debilidad que la actual- el gobierno, como
no deja de refregársenos por la cara constantemente, pudo bajar el
retrato de Videla, rechazar el ALCA o reestatizar las AFJP, y después
del 54 % se produce este grandioso retroceso ? ¿O será que no es ningún “retroceso”, sino la tan mentada profundización
del “modelo” (que profundiza, por ejemplo, la ya bastante siniestra
ley antiterrorista del 2007)? Lo de los “representantes populares” no
es ninguna broma: hay entre ellos –y ellas- antiguos luchadores por los
que, más allá de diferencias políticas, podíamos guardar algún
respeto. Ya no. Ver a esas personas (con alguna de las cuales varias
veces hemos tomado café, o cenado, o conversado, o discutido) votando
afirmativamente esta barbarie, eso es de por sí “terrorífico”. Este es, como se dice, un punto sin retorno. Qué lástima. Para mí, digo, no sé si para ellos.
3. Pero
los problemas “semánticos” continúan. Usar una palabra como
“terrorismo” en un país con la historia reciente de la Argentina, ¡hay
que atreverse! Quizá haya sido finalmente eso (entre muchas
otras cosas, se entiende) lo que ha decidido a personas con posición
política tan inequívoca como Horacio Verbitsky, Mempo Giardinelli o el
juez Zaffaroni , a manifestar su enérgica oposición a la ley. Ni qué
hablar, como era dable esperarse, de todos los organismos de DDHH (con
la excepción, hasta ahora, de Hebe). La enorme ironía –habría que
decir, más bien, sarcasmo – es que este gobierno, que se
precia con razón de haber impulsado tantos juicios por crímenes de lesa
humanidad, sólo había empleado el término “terrorismo” para hablar
del… terrorismo de Estado . Habría mucho que decir sobre esta verdadera perversión lingüística que viene a sumarse a la legal, invirtiendo el uso de palabras “sagradas”: hasta ahora, los “terroristas” eran ellos (Videla y Cía.), ahora podemos serlo también nosotros
, casi cualquiera. Sobre todo cuando –como han insistido todos los que
se oponen a la ley, incluidos los simpatizantes del gobierno- el
contenido semántico de la palabra es por lo menos “difuso”. Y esa
“difusión”, esa indeterminación, esa “incerteza”, es el fundamento
verdadero del Terror. En alguna parte, Hanna Arendt habla de la
diferencia entre los campos de concentración nazis y los franceses de
Vichy. En los primeros, es sabido, se cosía una estrella amarilla en el
uniforme a los judíos. Eso servía para fracturar la
solidaridad: los otros prisioneros –gitanos, comunistas, opositores
políticos, lo que fuera- sabían que los de la estrella estaban peor que
ellos, si eso era posible (y lo era). Los franceses, en cambio
–siempre tan cartesianos y atentos al valor de los signos- cosían en el
uniforme de sus prisioneros muchas diferentes imágenes arbitrarias sin
sentido preciso. Ya no se trataba entonces de la fractura, sino del estallido de la solidaridad: cualquiera podía estar peor que yo, o yo peor que cualquiera. Así funciona el Terror: cuando no se sabe exactamente
cuándo nos va a tocar, y por qué. Así funcionó durante la dictadura de
esos que, hasta antes de ayer, eran los terroristas (estatales). Pero
ahora no estamos en dictadura. No es un gobierno nazi. Es el gobierno
“nacional”, “popular”, “democrático” y “progresista” de los Derechos
Humanos. Nos lo van a tener que explicar. Muy despacio y con mucha
claridad.
4. Nos van a tener que explicar, muy despacio y con mucha claridad, pero ahora , e imperiosamente, cómo es que esto era necesario ahora
. Cómo es que era necesario, con la fuerza del 54 % de los votos,
someterse sin discusión al mandato de ese Imperio siniestro que –los que
votaron a altas horas de la noche, casi en la clandestinidad, rapidito
para no “hacer olas”, no ignoran esto; al contrario, lo han denunciado
muchas veces, y eso hace más insoportable lo que hacen
ahora-, ese Imperio siniestro, decíamos, usó y sigue usando la palabra
“terrorismo” para justificar verdaderos genocidios como los cometidos
en Afganistán o en Irak, y antes en Vietnam, en Nicaragua, en Chile, en
la Argentina. Nos lo van a tener que explicar muy
cuidadosamente a todos los ciudadanos argentinos, pero muy
particularmente, en este caso, a los que en su momento, equivocados o
no (y ahora, lamentablemente, sabemos que sí), salimos a defenderlos
contra la soberbia “destituyente” del “campo”, y sin ahorrarnos
nuestras críticas ni identificarnos irreflexivamente con un gobierno al
que no habíamos votado, del cual sabíamos desde siempre cuáles eran
sus límites y sus posibilidades, sin embargo privilegiamos la necesidad
de posicionarnos contra lo que considerábamos “lo peor”. Pero, sobre
todo, se lo van a tener que explicar muy claramente a los que desde el
principio confiaron , y trabajaron arduamente para llevarlos al poder, para transformarlos en sus representantes.
A todos esos jóvenes honestos de la “nueva militancia” con los que se
llenan la boca. A los obreros, los piqueteros, los miembros de los
movimientos barriales, los pobres, los “tercerizados”, que a veces
pusieron el cuerpo por ellos , y que si ahora cortan una calle
podrán ser considerados “terroristas”. Y no sabemos si no correrán
algún riesgo los miles que fueron espontáneamente al velorio de Néstor o
a los festejos del Bicentenario, cortando muchas calles. Y
no es que el terrorismo no exista, no somos ingenuos: es algo de lo que
siempre estuvimos enfáticamente en contra, porque considerábamos que
ninguna vanguardia iluminada que ejerciera la violencia indiscriminada,
con el riesgo tantas veces realizado de masacrar inocentes, iba a
“liberar” a ningún “pueblo”. Que esa era una tarea del propio pueblo, de
las masas trabajadoras organizadas y en conjunto. Que “sólo el pueblo
salvará al pueblo” (una antigua consigna peronista ¿la recuerdan?).
Todo esto lo sabíamos. Pero ya no lo sabemos más. Porque ya no sabemos
qué quiere decir “terrorista”. Esos votos nos han quitado hasta el lenguaje . Y, como advertía Freud: se empieza por ceder en las palabras, y se termina entregando todo . Nos lo van a tener que explicar.
5. Que se nos entienda bien. Esas “explicaciones” no se las estamos exigiendo al gobierno . Eso sí que sería una flor de ingenuidad. No. Se las estamos exigiendo a nuestros “representantes” (porque son nuestros
aunque no los hayamos votado ni nos sintamos “representados” por
ellos), muy sobre todo a aquellas ex militantes de la “patria
socialista” y aquellos ex comunistas, que tienen compañeros
desaparecidos, asesinados, torturados, secuestrados, arrojados de los
aviones… por “terroristas”. Ellos ya no están en condiciones de pedir
explicaciones. ¿O sí? ¿No se las deben, por lo menos, a su memoria , que tanto les gusta honrar en los actos oficiales, como en ese acto oficial en que honraron a las Madres de Plaza de Mayo media hora antes
de entrar al recinto del Congreso de la Nación (aunque ahora nos
preguntamos de cuál) a votar este mamarracho –así lo llamó Zaffaroni,
pero se olvidó de agregar:- monstruoso ? A ellos se las estamos
exigiendo, e incluso por su propio bien. ¿O necesitamos una vez más
caer en el ya cansado sentido común de recordarles el viejo poema de
Brecht (“Primero vinieron…”)? ¿No se dan cuenta del potencial instrumento que
acaban de poner en manos de este o de cualquier gobierno futuro, y del
que no pueden garantizar que se les vuelva en contra a ellos mismos? Porque podrán decirnos –aunque quién sabe con qué argumentos, a esta altura- que este
gobierno no va a usar “mal” ese instrumento. Pero entonces, ¿para qué
lo quieren? ¿Para el próximo, que podría ser, por ejemplo, Macri? Y si
están confiados en que el próximo va a ser del mismo signo que este,
que “no reprime”, entonces ¿para qué? ¿Nos toman por idiotas? A ellos
se las estamos exigiendo, las explicaciones. Se las estamos pidiendo,
también, a los intelectuales progresistas que saben recitar a Benjamin,
por ejemplo aquello de que “si el enemigo sigue ganando, ni los muertos
van a estar a salvo”. Y que ahora se están dando cuenta –suponemos- de
que no, no están, los muertos, a salvo. No están a salvo, ya, aquellos
desaparecidos, etcétera. No están a salvo los muertos del 19 / 20 de
diciembre del 2001 que –porque el círculo de perversiones no parece
tener fin- fueron conmemorados “oficialmente” el mismo día que
se votaba esto. No están a salvo Kostecki y Santillán, ni Julio López,
ni Luciano Arruga, ni “los Ferreyra” (Mariano y Cristian), ni los qom
, ni los del Indoamericano, ni los campesinos jujeños del Ingenio
Ledesma. Tampoco están a salvo esos queridos, llorados, amigos y
maestros que podrían habernos ayudado a encontrar esas explicaciones:
León Rozitchner, David Viñas, Nicolás Casullo, tantos otros. Todos, pero
para este caso especial León, para quien el Terror era justamente uno
de sus temas que más le desgarraban el pensamiento. Muertos,
están, todos ellos; pero no a salvo de que –porque la ley no tiene
efecto retroactivo, pero el lenguaje sí- ahora sean todos ellos
“terroristas”. De que sean, pues, equiparados –porque el círculo de
perversiones no parece tener fin- con los que asesinaron a las víctimas
de la Embajada y de la Amia, dos actos terroristas incalificables que
ahora están siendo usados -porque el círculo de perversiones no parece tener fin- para justificar esto . A ellos, a todos ellos, y ellas, se las estamos exigiendo, las explicaciones.
6. Y
estamos esperando –“desesperadamente”, si se disculpa el mal juego de
palabras- la próxima Carta Abierta. Que no dudamos llegará rápidamente.
¿Verdad que sí?
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