Fernando Chamorro
Rebelión
Eduardo Galeano cuenta en su libro “Días y noches de amor y
de guerra” cuando Vicente dijo un discurso el último día de la huelga de
hambre por los presos políticos, allá en el año 1971: “Vicente se alzó
en las tribunas y más allá de la multitud vio a su mujer y a sus hijas
jugando en el prado con las vacas y los perros, entonces se olvidó de
las consignas políticas y se lanzó a hablar del amor y la belleza. Desde
abajo le tiraban del saco, pero no había manera de pararlo”. Y todavía
no hay manera. Vicente Zito Lema (Buenos Aires, 1939) es uno de los
protagonistas y supervivientes de una generación que vivió una de las
etapas más trágicas y heroicas de la historia reciente de Argentina.
Empezó a escribir desde muy joven para encontrar la belleza y a la vez,
estudió derecho para luchar contra la injusticia social. Para él, “sin
justicia y sin belleza no se construye el mundo”. Sin embargo, sus
inicios en esa
búsqueda de justicia, fueron trágicos. En una charla de la universidad
en la que se encontraba la madre del Che, aparecieron fuerzas
para-policiales y dispararon a mansalva. Algunos de los allí presentes
cubrieron con sus cuerpos a la Madre del Che. El recibió dos balazos en
una pierna y su compañera Malena cayó muerta por un disparo en la
cabeza. “Te quedan dos caminos: o te escapás y nunca más volvés o te
hacés más duro y seguís”. Muchos compañeros habían caído ya y otros más
habrían de caer por el odio y las balas, así que decidió seguir.
Desde muy joven sintió un gran interés por la defensa de los
sectores más marginados de la sociedad como son los presos y los
enfermos mentales. “Si se quiere conocer cómo es una sociedad hay que
conocer sus cárceles y sus manicomios”, sostiene. “Cuanto más terrible
es la represión en esos lugares es la prueba científica, espiritual y
material de cómo van las cosas en esa sociedad”. Comenta que fue uno de
los temas que le abrió los ojos. “Viendo el sufrimiento en las cárceles y
en los manicomios, comprendí como en un espejo gigante lo que es el
resto de la sociedad. Ahí pude ver el alma humana y sus contradicciones
pero pude ver también como el sistema destruye al más débil de una
manera monstruosa”. Comprendió que son los sectores más débiles e
invisibles, por lo tanto, más fáciles de castigar y más difíciles de
defender. Dice que en esos dos espacios la lucha era más dura y era ahí
donde quería pelear. A
pesar de que sus compañeros le decían “ Vicente dejá a los locos y vení
a cambiar el mundo”, el tenía claro que “una revolución que no sea para
cambiar el mundo en su totalidad, no es una revolución sino que se
transforma en una reforma”. Y para Vicente “una revolución debe ser
también poética y hay que construirla en el conjunto de la sociedad”.
Por eso escribe poesía como una medicina para curar el alma pero también
como un arado que surque a los a los hombres para cosechar un nuevo
mundo.
Al tiempo que milita en los derechos humanos empieza a trabajar como periodista. Funda y dirige las revistas literarias Cero y Talismán
entre 1963 y 1969. En la década de los setenta, época del periodismo
militante, colabora con Julio Cortázar y Rodolfo Walsh en la revista Liberación.
A pesar de que Vicente es bastante cuidadoso al hablar de sus amigos
“porque había gente que ganaba plata diciendo yo soy amigo de”, recuerda
los años de periodismo junto a Walsh como tiempos de muchísimo trabajo.
“Rodolfo era el ejemplo de hombre trabajador, durísimo, crítico y
riguroso consigo mismo y con los demás. Todos esos compañeros eran el
uno más trabajador que el otro”. En ese aspecto, define a su generación
como “Guevarista”. “El Che dejó una huella en nosotros, nos dejó el
ejemplo de la obstinación y de la fuerza en el trabajo”. Vicente casi
siempre utiliza el plural para hablar de él. “Lo
que pasa que de mi generación quedamos pocos que sigamos comprometidos
con los sueños de esa generación revolucionaria, porque muchos no
quieren saber más nada, otros trabajan para el poder, otros quedaron en
el exilio y la mayoría o murieron o por razones de enfermedad
desgraciadamente no pueden participar. Entonces los pocos que quedamos
tenemos que dar testimonio de nuestra generación”, argumenta este
luchador nato que sigue dando la batalla.
En 1973 dirigió la revista Crisis junto con Eduardo
Galeano. La revista, en la que además escribieron Juan Gelman y Haroldo
Conti, cierra en 1976 tras el golpe militar, el secuestro y desaparición
de Conti, de los hijos de Gelman y de la persecución de quienes
formaron Crisis. “Cuando dirigí la revista Crisis con
Galeano y Gélman, éramos muy jóvenes pero por esas cosas de la historia
teníamos una representación social y obvio que a nosotros nos castigaban
más y nos querían matar y no nos podíamos quedar”. Y fue por azares del
destino que siguió con vida, ya que un día lo llamó un tipo al que
tiempo atrás defendió como abogado y no le cobró. *“Estoy en un comando
para operaciones especiales y tengo la orden de matarlo”, le dijo. Le
sugirió que lo mejor sería que desapareciera por un tiempo y le advirtió
de que ya no le debía nada. “Si vuelven a darme la orden y lo
encuentro, lo mato” le
espetó. Recuerda esa época sin heroicidad. Para él, como para tantos
otros, la obligación de luchar por los sueños estaba por encima de los
miedos. “Cuando se está en medio de esos periodos revolucionarios uno no
tiene miedo a nada, se pasan esos periodos y vuelven los miedos
habituales”, explica mientras me cuenta riendo que el otro día, antes
que lo inyectaran, preguntó a la enfermera si no le podían cambiar las
inyecciones por algunas pastillas.
Una vez que los militares lo invitaron a abandonar
Argentina, al igual que a sus compañeros, viajó por algunos países de
Europa hasta establecerse en Holanda. Nunca se sintió un exiliado
profesional como decía Benedetti. Recuerda los años del exilio con dolor
pero también con alegría porque estudió mucho, tuvo muchos amigos,
escribió libros, siguió peleando, conoció a su mujer con la que llevan
33 años juntos y tuvo hijos. “El amor ayuda a la vida y hay compañeros
que en el exilio no tuvieron amor, y si el exilio de por sí es duro, sin
amor lo es más todavía”. Continuó militando en la defensa de los
derechos humanos junto con Julio Cortázar, David Viña, Tito Pauletti y
otros compañeros. Se ataron con cadenas a la embajada, pararon trenes
que llevaban aviones que usaban para tirar a la gente al río y
continuaron denunciando todas las atrocidades de la Junta Militar
Argentina y su terrorismo de estado. Vicente
insiste en que “el que quería pelear en el exilio vaya que tenía
espacio, lo que pasa es que muchos estaban tan tristes y melancólicos
que no querían hacer nada y lamentablemente fueron superados, pero otros
dijimos no. No fui superado por mis obstinaciones, por mis pasiones
pero también por la suerte del amor, porque el amor te da vida”. Junto a
Cortázar y otros intelectuales también conformó la Comisión Argentina
de los Derechos Humanos (CADHU). Recuerda esas fechas con mucho amor,
coraje y fraternidad. Con la dictadura todavía tambaleándose y la
incipiente constitucionalidad, decidió volver a Argentina. Entonces
Cortázar hizo un acto en la Sorbonne para presentar su libro Rendición de Cuentas. Vicente
era un hombre que había luchado mucho en el exilio, de modo que los
servicios secretos tenían información de su militancia y Julio tenía
miedo de que le pasara algo. Entonces “él organizó todo y salió en los
medios
diciendo que yo volvía al país como para darme una especie de
protección, Julio era muy solidario”.
El autor de Belleza en la Barricada recuerda con especial
emoción algo que Cortázar le dijo antes de que volviera a la Argentina:
“Vicente te volvés al país pero no vas solo, cargás los compañeros que
quedaron en el silencio”. Y como un homenaje y una continuación de los
sueños de sus compañeros sigue luchando. A su vuelta del exilio retomó
su trabajo de docente y periodista. Dirigió Crisis. Fin de Siglo y La Maga y
publicó numerosos libros de poesía y teatro. Continuó con su defensa de
los derechos humanos y su apoyo a Madres de Plaza de Mayo con las que
tiene vinculación desde su creación. De esa relación nace la obra de
teatro Mater que habla sobre la gestación de la asociación. Con
las Madres fundó también, la Universidad Popular Madres de Plaza de
Mayo, como un espacio donde debatir ideas que plantean los límites entre
lo estatal y lo público, las diferencias entre lo legal y lo
legítimo y en estos momentos está trabajando en el derecho al delirio y
el derecho a la subversión. “Creo que hay que reivindicar el derecho a
ser subversivo y el derecho al delirio como las formas más fuertes del
sueño humano y de la libertad humana, pero vista no como una concesión
que da el estado sino como una potencia que todo ser humano tiene en
sí”. Y construir un nuevo mundo es para el poeta, el más hermoso y total
de los delirios porque choca con la realidad y se construye de forma
subversiva. “Mediante la ley nunca lo vas a hacer, la razón siempre te
va a decir tené cuidado las fuerzas están en contra. Para construir un
nuevo mundo hay que tener capacidad de delirio y vocación subversiva”. Y
eso es lo que trata de enseñar a los estudiantes y a la gente que se le
acerca, “aunque algunos se asustan”, dice con una gran sonrisa.
Vicente sostiene que las universidades, tal y como están
organizadas, “funcionan como una fábrica de profesionales que no
cuestionan nada, no deliran nada ni subvierten nada, los profesionales
se ponen a trabajar enseguida para el sistema. Los psicólogos se sientan
a esperar que acudan los neuróticos y ganarse la vida perpetuando su
neurosis. Los abogados defienden a ultranza la propiedad privada por más
que vean que la gente duerme en la calle y que es humillada en su
condición humana de una forma monstruosa por la pobreza”. Las
universidades, dice, son estructuras que perpetúan la dominación del
poder y dejan de ser “un espacio de disputa, de formación intelectual
para el crecimiento de la conciencia crítica, para cuestionar y generar
nuevas formas de pensar”. Por eso sigue dando la pelea dentro de las
universidades y fuera. “Doy la pelea fuera tratando de formar
universidades verdaderamente públicas”. Actualmente es el
rector de la Universidad de los Trabajadores que funciona en una de
fábrica recuperada por los trabajadores ya que en el año 2003, renunció
por razones éticas a la dirección de la Universidad de Madres debido a
unos escándalos económicos con el apoderado de la asociación. Escándalos
que dejaron una mancha y una gran herida dentro de ese organismo. Aún
así asegura que ama y respeta a las madres pero sabe que “tienen un
límite, se mueven por el dolor y por la valentía que da ese dolor, el
dolor es legítimo pero tiene límites, no te permite ver de golpe cosas.
Hay que tener la conciencia para mirar las cosas en su conjunto pero es
muy difícil porque cuando a vos te secuestran o matan un hijo, el dolor
de esa pérdida es enceguecedor. Por eso yo las quiero y las defiendo”.
El autor de La pasión del piquetero dice tener el
privilegio de militar en los derechos humanos por una cuestión
revolucionaria y no por una cuestión de sentimiento personal. “Para mí,
Rodolfo Walsh y Paco Urondo eran mis compañeros y amigos del alma y por
eso escribo sobre ellos. Les he dedicado poemas y todo pero también
compartía con ellos una estrategia revolucionaria y desde ese lugar es
más amplio que el dolor”. E insiste en que es el sueño de los compañeros
lo que hay que acompañar “porque nosotros peleábamos por la
construcción de un nuevo mundo y si se quiere honrar a los compañeros
caídos más se los honra luchando por sus ideales que están vivos que
incluso, aunque parezca una paradoja, por el castigo. Está bien que se
castigue pero no pagando el precio de callarnos la boca por los crímenes
del hoy”. Por eso sigue regando los sueños y las esperanzas y con su
trabajo y obras invita a las personas a la
creación del nuevo pensamiento crítico que “debe ser legítimo y no
legal, subversivo y no adaptativo, con capacidad de delirio y no de
repetición de la pesadilla de la vida como es hoy”.
Fernando Chamorro es periodista
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
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